Hoy, los Estados Unidos viven una jornada electoral crucial en la que los votantes deberán decidir entre la vicepresidenta Kamala Harris, candidata demócrata, y el exmandatario republicano Donald Trump. Con los centros de votación abriendo en las primeras horas del día, la tensión se palpita en un país dividido, donde las encuestas dan una ligera ventaja a Harris, pero la contienda parece más reñida que nunca. La elección, que podría redefinir la historia política de EE. UU., no solo determinará quién ocupará la Casa Blanca durante los próximos cuatro años, sino también el rumbo que tomará el país en temas clave como la justicia social, el aborto, y el futuro de la democracia.
El sistema electoral estadounidense, con su complejo Colegio Electoral, asegura que los resultados no dependerán del voto popular, sino de cómo se distribuyan los 538 compromisarios que decidirán finalmente el próximo presidente. A pesar de que las encuestas muestran un empate técnico, la clave del triunfo residirá en siete estados bisagra: Georgia, Carolina del Norte, Míchigan, Wisconsin, Pensilvania, Arizona y Nevada. Estos estados, donde la contienda se prevé especialmente ajustada, serán los que inclinen la balanza a favor de uno u otro candidato, en un escenario donde cada voto cuenta.
Además de la carrera presidencial, los estadounidenses también se enfrentan a la renovación de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, con los resultados de estas elecciones teniendo un impacto decisivo en el equilibrio de poder en el Congreso. En paralelo, las urnas decidirán sobre una serie de reformas locales, incluidas iniciativas que podrían influir en el derecho al aborto, uno de los temas más polémicos y divisivos de la actualidad. Con más de 80 millones de votos adelantados, el país se prepara para una noche de incertidumbre y, posiblemente, para un cambio histórico.